martes, 8 de enero de 2013

Selección natural y hábitos alimenticios. Parte I. Selección natural.


En la actualidad hay incontables postulados sobre qué cosas el ser humano debe comer, sobre las que debe evitar ó qué hábitos alimenticios adoptar.
Esta nota está apuntada a todos los interesados en alimentarse inteligentemente, siguiendo bases científicas y evitando modas, tendencias y ridículas dietas que terminan por malograr los objetivos deseados y en definitiva, nuestra salud.
Para comprender éstas, primero hay que interiorizarse en otras más primordiales: las bases de la selección natural. Sin estas últimas, las primeras carecen de sustento y terminan siendo un sinsentido.
Veamos de qué hablamos cuando hablamos de selección natural.

Charles Darwin, en su obra fundamental, El origen de las especies, publicada en 1859, estableció que la explicación de la diversidad que se observa en la naturaleza se debe a las modificaciones acumuladas por la evolución a lo largo de las sucesivas generaciones. Esta explicación, con el correr de los tiempos –y la ayuda de los medios de comunicación que, en ciertas ocasiones, analizan temas científicos de manera liviana con el fin de lograr llegar a más gente– fue deformada,  malinterpretada o, en el mejor de los casos, acotada.

Intentemos entender de qué hablaba Darwin y de qué rotundamente no hablaba.
Cuando hablamos de selección natural, se nos viene a la mente la palabra evolución, que pareciera como si evocara alguna clase de voluntad por parte de los seres vivos de hacer algo activamente para mejorarse a sí mismos. Lo cierto es que no existe actividad alguna orientada a dicho fin, no hay proceso adrede. La evolución no es un proceso activo que requiera de la capacidad de una determinada especie para “hacer” ciertas cosas en orden a autosuperarse. Esta es una noción errónea, casi tierna e ingenua. Pensar esto es directamente personificar a la evolución.
Imagen: "Querido, estás evolucionando muy rápido... Andá más despacio o te va a dar un paro cardíaco".

Este proceso, para desilusión de los espíritus nostálgicos o románticos, no tiene nada que ver con la autosuperación, sino con –perdóneseme la expresión- repútisimas casualidades. Sí, casualidades.
Estas casualidades, en biología, se llaman mutaciones.


El código genético de los seres vivos es verdadero manual de operaciones para realizar todos los procesos necesarios para la vida y para engendrar nueva vida.
Este código, está expresado por combinaciones de nucleótidos (adenina, guanina, timina y citosina) dando así incontables patrones de información que se agrupan en genes. Como ocurre con todas las sustancias orgánicas, éstas son susceptibles a presentar variaciones ante cambios del medioambiente.
Agentes químicos y radiaciones (como los rayos ultravioleta) son capaces de ingresar en el núcleo de la célula y modificar dicha información. Es entonces cuando hablamos de mutaciones, de pequeños cambios en la información genética.
Esto, de hecho, ocurre todo el tiempo, sólo que los cambios no son tan grandes como para que se traduzcan en un cambio relevante en la conformación de un individuo.

Ahora bien, supongamos que por una mutación, una mosca negra engendrara una blanca. Ésta sería la primera de su generación en ser distinta a las demás. ¿Tendría alguna ventaja sobre sus pares negras? A simple vista, no. Pero pensemos si estas moscas vivieran en climas muy fríos, donde gran parte del año la nieve cubriese su hábitat. Pues ahora la mosca blanca quedaría camuflada entre la nieve teniendo mucha más posibilidad de sobrevivir ya que a sus depredadores les sería más difícil cazarla.
Al tener más posibilidad de sobrevivir, también tendría más posibilidad de tener descendencia y ésta, muy probablemente arrastraría la mutación y también sería blanca.
Estaríamos ante la presencia de una nueva subespecie de moscas blancas que tendrían ventaja sobre sus cohabitantes negras.

Podríamos preguntarnos ¿la mosca hizo algo para superarse? La respuesta es no, simplemente fue una putísima casualidad que, coincidiendo con un medioambiente favorable a su mutación, le dio ventaja sobre las demás.
¿Y por qué putísima casualidad? Pues bien, porque la mutación podría haber hecho que la mosca fuera roja lo cual hubiera representado una desventaja y hubiera sido incluso más vistosa para los depredadores, o la mutación podría haber hecho que naciera con una tercera ala totalmente afuncional, atrofiada, imposibilitándola de volar.

Podría resumirse que eso que nos gusta llamar evolución, es simplemente una selección, una coincidencia de mutación y medioambiente, un error acertado.

Pero si vamos más allá, veremos que las casualidades son aún más grandes, porque de millones y millones de mutaciones, con suerte una es beneficiosa para el individuo.
Ahora cabe preguntarse como es que un pez llegó a ser un perro si esto de las casualidades es un hecho tan escaso y escurridizo en la naturaleza. La respuesta resumida es que son tantos los millones de años de “evolución” de la vida en la Tierra que, aunque los errores acertados sean escasísimos, en sumatoria son muchísimos.
Esta sumatoria, al fin y al cabo, termina siendo un cambio cualitativo pues si bien se mira –y a los físicos teóricos les encanta esto- cuando uno se detiene a observar una “cualidad” que diferencie una cosa de otra, termina resultando que lo cualitativo no es más que un gran cambio cuantitativo.