miércoles, 23 de enero de 2013

Y entonces, ¿el hombre es carnívoro, herbívoro u omnívoro?

Siempre surgen nuevas hipótesis, nuevos estudios, nuevos hallazgos. La ciencia cambia de recomendaciones qual piuma al vento. ¿Verdad?
No.
La ciencia no cambia de recomendaciones. Los nuevos hallazgos si bien matizan verdades, no cambian los hechos. Las nuevas hipótesis, si no miran hacia el pasado del hombre y no le dan un enfoque evolutivo a la ciencia de la nutrición, no apuntan en el sentido correcto.
Los que sí cambian de recomendaciones, 'realizan' nuevos hallazgos y elucubran nuevas hipótesis son los gobiernos, los laboratorios farmacéuticos y las empresas multinacionales, que juntos conforman una sinergia en la que poco importa la salud del pueblo y mucho importan los negocios. Es un bloque al que, de ahora en adelante, llamaremos El Trío Nefasto (tema que quedará para otra publicación).

En primer lugar, habría que tener en consideración que el término omnívoro (del latín omnis, "todo" y -vorus, "que come") es bastante impreciso para referirse a la dieta de una especie. Afirmar que una especie come de todo no es muy serio. Cuando se estudia la dieta de una especie, hay que tener en cuenta en forma extensiva -y no comprensiva con un 'todo'- aquellas cosas que come en abundancia, las que come en menor cantidad y las que no come. Vamos, "omnívoro" era el reactor nuclear del DeLorean en Volver al Futuro II, que funcionaba a basura. Eso sí es comer de todo.
Con los términos herbívoro y carnívoro ocurre lo mismo pero en menor medida, porque, por lo menos, son términos menos inespecíficos, dividiendo a la dieta en dos reinos, vegetal y animal.

Dicho esto, la división entre carnívoros, herbívoros y "omnívoros" es una herramienta que sirve más para que los niños de la escuela puedan ir encontrando diferencias entre los animales que para el estudio de los hábitos alimenticios de una especie.

Entonces, ¿cuál es la dieta del hombre?

Bueno, la dieta del hombre consiste en comer cualquier cosa que a una persona se le antoje. Y a vos se te puede antojar una cosa y a mi otra, entonces no hay una única dieta.
¿Me equivoco?
Si vos y yo podemos comer cualquier cosa, la dieta está definida simplemente por nuestra voluntad. Por ejemplo, bulones, madera terciada, cianuro, hongos con toxinas venenosas...
Lo cierto es que hay cosas que suenan muy ridículas como para llevárselas a la boca. Nadie comería bulones. Pero resulta que hay otras que no lo parecen tanto pero lo son igualmente; así como ridículo es darle un fardo de alfalfa a un tigre, sólo que no son tan evidentes porque El Trío Nefasto tiene mucho interés en que vos consumas esos productos.

Como expliqué en la publicación anterior, nuestra supuesta infinita capacidad de decisión sobre todos los ámbitos de la vida nos cega, crea una falsa seguridad de poder y le otorga al hombre un control que no tiene. Los hábitos alimenticios caen dentro de este supuesto control.

Claro, se puede comer cualquier cosa, cualquier cosa que compres en un supermercado, lo que te transformaría en algo muy parecido a un omnívoro. Y no digo un auténtico omnívoro porque apuesto a que bulones realmente no comerías.
Pero así como los hongos venenosos te harían mucho, mucho mal, hay otras cosas que podrías llevarte a la boca y que no te harían un daño tan inmediato o evidente. Hasta te las podrían vender como sanas.

Llegamos a la instancia de preguntarnos a quién escuchar, de quién tomar consejos, qué faro mirar, cuando buscamos alimentarnos mejor.
La respuesta es rotunda. Ni Monsanto, ni Unilever, ni P&G, ni MinuteMaid, ni Kelloggs, ni Pepsico, etc. tienen interés en vos, sólo quieren tu dinero. Bayer, Schering, Organon, Glaxo, Roche, Phoenix, Abbott, Pfizer, etc. mucho menos. El doctor Zin, el doctor Cormillot o cualquier figurita que aparezca en la tele, poca noción tienen sobre la salud, ellos sólo estudiaron en una universidad. Los laboratorios arreglan con un grupo de científicos comprando estudios que demuestren que sus nuevas drogas funcionan. Las multinacionales arreglan con otro grupo de científicos comprando estudios que demuestren que sus nuevos productos alimenticios son más sanos que cualquier otra cosa conocida hasta el momento. Y los gobiernos arreglan con todos los anteriores.

Un día algo es buenísimo y al otro día ya no lo es. Un consejo médico caduca y es reemplazado por otro que viene a desterrar al anterior. Entonces la nebulosa crece y todo se torna confuso.
Hasta que nos remitimos al origen, a lo primigenio, indagamos en el pasado del hombre y descubrimos que Darwin es el gran incomprendido de la modernidad y que no existen costumbres modernas, hábitos de vida modernos, consejos modernos, productos modernos, que contrasten con lo antiguo, pues no hay nada que innovar. El hombre moderno no es otro que el hombre antiguo, su ADN continúa prácticamente intacto desde hace unos 70 mil años y está todo escrito en esa doble hélice maravillosa.

Y, ahora sí, ¿qué nos dice la antropología sobre la dieta de ese hombre antiguo que no era ni más ni menos que nosotros mismos?

Pues bien, antes de preguntarnos qué comía, lo más revelador es preguntarnos cómo lo comía: "quemado".
La diferencia principal entre el hombre y el resto de los animales, lo que nos hace únicos en cuanto a hábitos alimenticios, es el fuego. Somos la única especie que basa la mayor parte de su dieta en alimentos cocidos.
Esta costumbre se remonta al Homo Erectus, un ancestro del hombre moderno (Homo Sapiens Sapiens, nosotros) que vivió entre 1,8 millones y 300 mil años atrás.
Las implicancias de éste hecho singular son inmensas y sirven para empezar a entender muchos aspectos distintivos del hombre. El descubrimiento del fuego es el gran disparador diferenciador en la historia del hombre.
Cuando los alimentos son expuestos al fuego, cambian su estructura: las proteínas se desdoblan, las paredes celulares de los vegetales se rompen, los almidones se invierten, las grasas se derriten. Esto hace que a la hora de ingerirlos hayan pasado por un proceso que se podría llamar de pre-digestión. Las cantidades de enzimas, de sangre irrigando el sistema digestivo, en definitiva, de energía que se necesita para digerirlos son mucho menores que las necesarias para digerirlos si estuvieran crudos.
Esta ventaja en la relación costo/beneficio (costo de conseguir el alimento / energía que se obtiene de ellos) es un recurso crucial en la supervivencia de una especie. Una especie que no optimiza esa relación, raramente sobrevive. Y el hombre fue la especie que mejor logró ese objetivo (cuestiones no-antropocentristas aparte).

Mejorar esta relación, poder obtener más energía de los alimentos, le abrió al hombre un abanico de posibilidades en muchos ámbitos de su vida, a saber:

1. En lo fisiológico.
Con este nuevo hábito incorporado a su vida, toda esa sangre que era necesaria invertir en la digestión, queda disponible para otros órganos. El cerebro es el gran beneficiado, ya que recibe un mayor flujo de sangre, lo que significa más oxígeno y más nutrientes.
Por lo general, en los animales superiores (reptiles, mamíferos y aves), especies con mayor tamaño tienen cerebros más grandes. Casi siempre la relación peso corporal/peso del cerebro es una constante.
El Homo Sapiens Sapiens escapa por mucho a esa constante, o dicho en otras palabras, se esperaría que, para su peso corporal, tuviera un cerebro mucho más pequeño.
El cerebro humano es el órgano más costoso que ha dado la naturaleza, es el que requiere mayor cantidad de energía, hasta un 20% del total utilizado por el cuerpo en su totalidad. Sin dudas, la cocción de los alimentos es un factor determinante en este sentido.

2. En lo social.
Al obtener más energía de una porción de comida cocida -comparándola con la misma porción cruda- las ingestas de comida pueden ser menos frecuentes, creándole por primera vez en su historia tiempo ocioso. El tiempo que antes empleaba en buscar alimento, ahora puede ser utilizado para menesteres sociales: actividades grupales, lúdicas, etc. y sumado al hecho fisiológico anterior, también resulta en un estímulo para el desarrollo cognitivo: el cerebro es estimulado por ambos flancos, por el fisiológico y por el social o cultural.

3. En lo estratégico:
a. Al tener más actividad social, es capaz de generar nuevas estrategias para aprovechar mejor los recursos naturales. Existen evidencias de que el Mamut Lanudo (que se extinguió hace unos 10 mil años) fue diezmado por el hombre. La caza de semejante animal (pesaba alrededor de 6 toneladas) era tarea imposible para un sólo hombre y requería un plan coordinado de unos 10 ó 15 hombres durante todo un día.
b. La fogata mantiene alejados a los demás animales depredadores o carroñeros -el hombre es el único animal que logró superar el miedo al fuego-, asegurándose poder aprovechar la totalidad del alimento y logrando cierto confort y tranquilidad.

4. En lo higiénico: cocer los alimentos destruye agentes patógenos que estos podrían contener o los que podrían haber sido adquiridos en el manipuleo, transporte, fraccionamiento, etc.

Si bien incorporaba alimentos crudos como bayas, frutos, semillas, hojas y huevos, éstos eran más bien esporádicos y estacionales. A medida que se avanza en la historia del hombre, se observa que fue moviéndose desde una dieta totalmente cruda, como lo hacía el Australopitecus, a una dieta mayoritariamente cocida.

Respondida la pregunta sobre cómo comía sus alimentos, ahora podemos analizar qué comía.

"El hombre nunca hubiera sido hombre si no hubiera comido carne".


¿Por qué?

Aquella relación costo/beneficio obtenida por la cocción de los alimentos hubiera sido casi absurda si lo que el hombre hubiera puesto sobre el fuego hubieran sido sólo vegetales.
Para entender el por qué, hay que comprender algunas cuestiones básicas sobre los alimentos.
La densidad de calorías y la densidad de nutrientes (peso/calorías) de las carnes es superior a la de los vegetales. Una de las razones de esto es el contenido de agua de los vegetales, cercano al 90%.
Por otro lado, cada gramo de proteínas aporta 4 kcal, cada gramo de hidratos de carbono aporta 4 kcal y cada gramo de grasa, más del doble que los dos anteriores, 9 kcal.
Es fácil comprender entonces por qué una hoja, una fruta, una raíz son densamente menos nutritivas que un pedazo de carne: las primeras son básicamente agua con hidratos de carbono y la segunda, además de tener menos agua (cerca del 70%), tiene grasa.

Haciendo un cálculo estimativo, podría decirse que:

Si el 90% de un vegetal es agua, entonces por cada 100g de vegetal hay 90g de agua. Eso nos deja con 10g de hidratos de carbono, que en el mejor escenario posible, sólo la mitad son aprovechables puesto que la celulosa -que sería algo así como el esqueleto, la estructura, de un vegetal- no es digerible en absoluto por el tracto digestivo del hombre. Pero seamos buenos y démosle todo el crédito a esos 10g: 10g de hidratos de carbono multiplicado por 4 kcal = 40 kcal.
Esto nos dice que por cada 100 g de vegetales, obtenemos 40 kcal.

Para corroborar esta estimación, busquemos los valores reales de algunos vegetales:
-Acelga: 30 kcal cada 100g (sirve como ejemplo para casi todas las verduras de hojas)
-Papa (o patata, que resulta que por ser un tubérculo, es un reservorio natural de energía para la planta y cuando se trata de almacenar energía, el agua es un "espacio" muerto, por eso su porcentaje de agua es bastante menor al de la media de los vegetales): 75 kcal cada 100g.
-Berenjena: 22 kcal cada 100g.
-Tomate: 23 kcal cada 100g.
-Brócoli: 33 kcal cada 100g.
-Coliflor: 28 kcal cada 100g.
-Cebolla: 32 kcal cada 100g.
-Zapallo o calabaza: 29 kcal cada 100g.

Si el 70% de la carne es agua, entonces por cada 100g de carne hay 70g de agua. Eso nos deja con, alrededor de 20g de proteínas y 10g de grasas.
20g de proteínas multiplicado por 4 kcal = 80 kcal
10g de grasas multiplicado por 9 kcal = 90 kcal
Sumando la cantidad de proteínas y de grasas, que son aprovechables por el tracto digestivo del hombre hasta en un 98%, nos da que por cada 100g de carne obtenemos 170 kcal.

Para corroborar esta estimación, busquemos los valores reales de alguna carnes:
-Lomo de ternera: 120 kcal cada 100g.
-Pollo (en su totalidad): 166 kcal cada 100g.
-Tripas de res (estimativo en su totalidad): 100 kacal cada 100g.
-Panceta de cerdo: 420 kcal por cada 100g.
-Seso de vaca: 277 kcal cada 100g.

Como se puede apreciar, la densidad calórica de la carne cuadruplica o quintuplica a la de los vegetales.
Se me podrán objetar dos cosas:
1. Las semillas y/o frutas secas (nueces, almendras, avellanas, castañas, etc.) tienen una densidad calórica más alta que el resto de los vegetales.
Sí, es cierto, pero como dije anteriormente, la ingesta de semillas era estacional y esporádica y no había un Todo Verde y Sano donde ir a comprarlas por kilo.
2. Los granos (maíz, trigo, arroz, etc) y legumbres (judías, arvejas, lentejas, etc.) también son más densos calóricamente que el resto de los vegetales.
Sí, es cierto, pero aquel hombre antiguo no los conoció, fueron introducidos hace apenas 10 mil años con la agricultura.

Nuevamente, la relación costo/beneficio se inclina hacia la carne. No comprender esto, es no comprender nada. Para que el hombre hubiera podido satisfacer el alto requerimiento energético que demandaba (principalmente su cerebro) exclusivamente de vegetales, tendría que haber pasado algo así como 12 horas por día comiendo.
Basta con observar a los grandes herbívoros que no hacen otra cosa durante el día que comer. En cambio, un felino puede comer cada 4, 5 ó 7 días.

"La caza para el hombre era una actividad diaria, representaba una gran comida por día e implicaba un acontecimiento social".

Presas grandes eran preferidas por sobre las pequeñas por la mismísima razón anterior: costo/beneficio.
Cazar un conejo no alcanzaba para todo un grupo familiar y había que correr mucho. Cazar un rumiante significaba alimento para todo el grupo y era relativamente más fácil.

Finalmente, hace unos 11 ó 10 mil años llegó el final de la última glaciación, las manadas de animales que pastaban en regiones tropicales, y las cuales eran presa del hombre, pudieron abrirse paso hacia latitudes mayores dejando así grandes llanuras cultivables. El hombre comenzó a dejar de ir tras esas manadas, se asentó y cultivó la tierra incorporando a su dieta cosas tan pero tan nuevas que hasta el día de hoy no posee ninguna adaptación evolutiva que le permita obtener beneficios de ellas.
Luego, El Trío Nefasto te dirá que sí y que son tu puerta a la salud.





jueves, 10 de enero de 2013

Selección natural y hábitos alimenticios. Parte II. Hábitos alimenticios.

Siguiendo con lo expuesto en la publicación anterior, podrá entenderse que las conductas y hábitos de las diferentes especies no dependen de un proceso volitivo. Aquello que hacen o dejan de hacer, de la manera que se comportan, la interacción entre los individuos y la interacción con el medio ambiente no se define por lo que son capaces de hacer, sino por lo que no son capaces. Este determinismo no es más ni menos que la evolución misma.
Yendo al tema que nos convoca, este proceso se aplica en todos los campos del comportamiento de una especie, incluyendo, por supuesto, los hábitos alimenticios.
Dicho de otra manera, una vaca no elige qué comer. Esa "elección" ya fue echada al azar por los mismos procesos de selección natural que hicieron que una vaca sea una vaca y coma pasto y un león sea un león y coma carne.
De hecho, poco sentido tiene hablar de elecciones en términos evolutivos.
Analizando el caso del Homo Sapiens se puede apreciar fácilmente que es la única especie sobre la Tierra que sí es capaz de elegir su comida. Entrando en un terreno casi filosófico, podría afirmarse que un perro, si es capaz de distinguir una ración de carne envenenada de otra libre de veneno, no es capaz de elegir la primera. Simplemente no hay elección que pueda tomar que avallase su instinto.
Esta capacidad única del Homo Sapiens que lo diferencia de otras especies es un arma de doble filo.
Hay mucha literatura pseudocientífica que explica por qué es bueno incorporar a la dieta más granos, o por qué la carne roja es perjudicial para la salud, o por qué el colesterol del huevo va a matarte, o que lo mejor que podés hacer es tomar mucha agua y comer muchas frutas.
Lo cierto es que no hay ciencia, y digo ninguna ciencia que pueda explicar ni la dieta del hombre, ni el comportamiento del hombre, ni su psicología, su fisiología o incluso su origen, a espaldas de Darwin.
La capacidad de elección del hombre sobre ciertos asuntos naturales a veces resulta engañosa, creando una falsa seguridad de poder, otorgándole un control que no tiene.
¿Y por qué no tiene el control?
Porque hasta el día de hoy, el genoma humano sigue siendo el mismo que hace 10, 30 ó 70 mil años -aunque a Hollywood le guste mostrar al hombre antiguo rodeado de dinosaurios, o como un homínido tosco, torpe y más parecido a un mono que a una persona- y la bioingeniería está apenas en pañales y no es capaz de modificar genes masivamente.
Entonces cabe analizar los hábitos alimenticios del hombre antiguo, ver cuales son los actuales, comparar, y analizar qué cambió desde entonces hasta nuestros días a nivel evolutivo:
A. Los hábitos alimenticios del hombre antiguo, abarcando un periodo de duración aproximado de 1990000 (un millón novecientos noventa mil años) consistieron en la caza y la recolección. Luego, hace unos 10 mil años, por procesos que analizaremos en otras publicaciones, el hombre se estableció en comunidades, se volvió sedentario y empezó a cultivar la tierra cambiando completamente sus hábitos, abandonando el estilo de vida cazador-recolector y adoptando la agricultura como sustento de vida.
No me quiero enroscar con los números; lo que trato de decir es que durante el 99,5% del tiempo que el hombre ha vivido en la Tierra sus hábitos han sido de cazador-recolector y que la agricultura es una invención novísima.
B. Los hábitos de vida del hombre moderno son completamente diferentes al estilo de vida cazador-recolector. Llevamos 0,5% del tiempo en esta Tierra basando nuestra alimentación en la agricultura. Y cada día se alienta más y más a consumir más granos (Temas económicos y políticos serán charlados en publicaciones subsiguientes).
C. El código genético del hombre antiguo cazador-recolector y del hombre moderno agricultor son el mismo.


¿Cómo puede darse un cambio tan abrupto, tan significativo en un lapso de tiempo tan corto (0,5% del total)? ¿Cómo puede una especie cambiar sus hábitos alimenticios poseyendo el mismo código genético? ¿Cómo el mismo manual de instrucciones puede servir tanto para aprender a usar un horno microondas o encender un reactor nuclear?
Si A y B, entonces no C. O explicado de otra manera: especies diferentes tienen códigos genéticos diferentes y hábitos alimenticios diferentes.
¡Pero resulta que estamos hablando del mismísimo Homo Sapiens, comparándolo con él mismo!
La respuesta es que nuestra infinita capacidad de decisión sobre los elementos nos tiene un tanto cegados y no somos capaces (o lo que es peor, ¡hasta somos capaces de encontrar razones científicas para lo que no las hay!) de ver que nuestra dieta, aquella que no podemos elegir y que está marcada a fuego en nuestro ADN, es la única que hay que darle a nuestro cuerpo para mantenernos sanos y alejados de las perversas medicinas: la dieta del hombre antiguo, la dieta previa a la agricultura... o como gustan llamarla ahora, La Dieta Paleo.

martes, 8 de enero de 2013

Selección natural y hábitos alimenticios. Parte I. Selección natural.


En la actualidad hay incontables postulados sobre qué cosas el ser humano debe comer, sobre las que debe evitar ó qué hábitos alimenticios adoptar.
Esta nota está apuntada a todos los interesados en alimentarse inteligentemente, siguiendo bases científicas y evitando modas, tendencias y ridículas dietas que terminan por malograr los objetivos deseados y en definitiva, nuestra salud.
Para comprender éstas, primero hay que interiorizarse en otras más primordiales: las bases de la selección natural. Sin estas últimas, las primeras carecen de sustento y terminan siendo un sinsentido.
Veamos de qué hablamos cuando hablamos de selección natural.

Charles Darwin, en su obra fundamental, El origen de las especies, publicada en 1859, estableció que la explicación de la diversidad que se observa en la naturaleza se debe a las modificaciones acumuladas por la evolución a lo largo de las sucesivas generaciones. Esta explicación, con el correr de los tiempos –y la ayuda de los medios de comunicación que, en ciertas ocasiones, analizan temas científicos de manera liviana con el fin de lograr llegar a más gente– fue deformada,  malinterpretada o, en el mejor de los casos, acotada.

Intentemos entender de qué hablaba Darwin y de qué rotundamente no hablaba.
Cuando hablamos de selección natural, se nos viene a la mente la palabra evolución, que pareciera como si evocara alguna clase de voluntad por parte de los seres vivos de hacer algo activamente para mejorarse a sí mismos. Lo cierto es que no existe actividad alguna orientada a dicho fin, no hay proceso adrede. La evolución no es un proceso activo que requiera de la capacidad de una determinada especie para “hacer” ciertas cosas en orden a autosuperarse. Esta es una noción errónea, casi tierna e ingenua. Pensar esto es directamente personificar a la evolución.
Imagen: "Querido, estás evolucionando muy rápido... Andá más despacio o te va a dar un paro cardíaco".

Este proceso, para desilusión de los espíritus nostálgicos o románticos, no tiene nada que ver con la autosuperación, sino con –perdóneseme la expresión- repútisimas casualidades. Sí, casualidades.
Estas casualidades, en biología, se llaman mutaciones.


El código genético de los seres vivos es verdadero manual de operaciones para realizar todos los procesos necesarios para la vida y para engendrar nueva vida.
Este código, está expresado por combinaciones de nucleótidos (adenina, guanina, timina y citosina) dando así incontables patrones de información que se agrupan en genes. Como ocurre con todas las sustancias orgánicas, éstas son susceptibles a presentar variaciones ante cambios del medioambiente.
Agentes químicos y radiaciones (como los rayos ultravioleta) son capaces de ingresar en el núcleo de la célula y modificar dicha información. Es entonces cuando hablamos de mutaciones, de pequeños cambios en la información genética.
Esto, de hecho, ocurre todo el tiempo, sólo que los cambios no son tan grandes como para que se traduzcan en un cambio relevante en la conformación de un individuo.

Ahora bien, supongamos que por una mutación, una mosca negra engendrara una blanca. Ésta sería la primera de su generación en ser distinta a las demás. ¿Tendría alguna ventaja sobre sus pares negras? A simple vista, no. Pero pensemos si estas moscas vivieran en climas muy fríos, donde gran parte del año la nieve cubriese su hábitat. Pues ahora la mosca blanca quedaría camuflada entre la nieve teniendo mucha más posibilidad de sobrevivir ya que a sus depredadores les sería más difícil cazarla.
Al tener más posibilidad de sobrevivir, también tendría más posibilidad de tener descendencia y ésta, muy probablemente arrastraría la mutación y también sería blanca.
Estaríamos ante la presencia de una nueva subespecie de moscas blancas que tendrían ventaja sobre sus cohabitantes negras.

Podríamos preguntarnos ¿la mosca hizo algo para superarse? La respuesta es no, simplemente fue una putísima casualidad que, coincidiendo con un medioambiente favorable a su mutación, le dio ventaja sobre las demás.
¿Y por qué putísima casualidad? Pues bien, porque la mutación podría haber hecho que la mosca fuera roja lo cual hubiera representado una desventaja y hubiera sido incluso más vistosa para los depredadores, o la mutación podría haber hecho que naciera con una tercera ala totalmente afuncional, atrofiada, imposibilitándola de volar.

Podría resumirse que eso que nos gusta llamar evolución, es simplemente una selección, una coincidencia de mutación y medioambiente, un error acertado.

Pero si vamos más allá, veremos que las casualidades son aún más grandes, porque de millones y millones de mutaciones, con suerte una es beneficiosa para el individuo.
Ahora cabe preguntarse como es que un pez llegó a ser un perro si esto de las casualidades es un hecho tan escaso y escurridizo en la naturaleza. La respuesta resumida es que son tantos los millones de años de “evolución” de la vida en la Tierra que, aunque los errores acertados sean escasísimos, en sumatoria son muchísimos.
Esta sumatoria, al fin y al cabo, termina siendo un cambio cualitativo pues si bien se mira –y a los físicos teóricos les encanta esto- cuando uno se detiene a observar una “cualidad” que diferencie una cosa de otra, termina resultando que lo cualitativo no es más que un gran cambio cuantitativo.

lunes, 7 de enero de 2013

¿Lo harías?

¿Llenarías el tanque de tu auto con limpiador para pisos?
¿Le darías un churrasco de lomo a tu canario?
¿Al televisor, le pondrías una maceta de 50kg encima?
¿Y si quisieras apagar el fuego, le echarías alcohol?

Si tu respuesta es No, podemos continuar.

Suele ocurrir que la naturaleza es tirana y las cosas son de una manera y no de otra. Leyes físicas, químicas, biológicas que moldean a los elementos y a los seres vivos.
En el reino de los seres vivos, esos moldes son arcanos, férreos, forjados a fuego por millones de años de evolución. Dificilmente un león en la sabana africana puede hartarse de cazar cebras y un día decidirse a pastar. Simplemente no puede. Hay un manual de instrucciones que viene con cada ser vivo y se llama ADN.

Y entonces hago una pregunta simplísima y casi ridícula por estos días: ¿comerías una pizza, un paquete de galletitas o tomarías una bebida cola?

A lo largo de este blog iré respondiendo por qué yo no.